Admito que es muy difícil opinar sobre la dimisión del Papa, no tengo
referente cultural, y a penas histórico de un suceso similar en cientos de
años.
Un Papa dirige un Estado sin territorio concreto pero con Hacienda,
intercontinental pero centralizado, basado en textos milenarios para dar
respuestas posmodernas, con un sistema monárquico del cuál el Rey tiene la
obligación de predicar la humildad (con el ejemplo o no, eso es otra cosa) y al
mismo tiempo sostener que es el delegado de Dios en la tierra.
De por sí llevar un Estado como cualquier país requiere cierto grado de
omisión (a problemas y soluciones de todas gravedades) para las autoridades de
cualquier nivel, ser jefe de una Iglesia - Estado y además tener el deber de poseer
una concepción holística del mundo a partir de la cuál -la cultura popular-
espera una especie de serenidad espiritual facial y oral que sea el punto de
inspiración diaria de media humanidad, para un espécimen anciano de la raza de
monos que somos, requiere una carga de omisión que necesariamente se tiene que
traducir en un “hacerse de la vista gorda” impresionante para poder ser un
patriarca políticamente sustentable, próspero.
Si hablamos de un hombre congruente, será uno que tenga conciencia de
esto, y así también de su incapacidad ante una serie de responsabilidades de un
volumen solamente atendible por una deidad, si esa persona apelara a la
racionalidad.
Y si además de la razón tiene que atender y Procurar un sistema
espiritual que sostiene la pequeñez del Hombre ante su propia condición, la
redención en el sufrimiento, una sabiduría divina incomprensible en el
acontecer (sobre todo en el doloso), varios Misterios, basado en una historia
enredosa desde la lógica, pero que al mismo tiempo es rentable debido a la
promesa de soluciones asequibles al más humilde de los seres… Es de sabios
dimitir.
Ante este panorama, conservar la cordura es más valioso que el más alto
de los honores que pueda emanar esa realidad.
SÚPER ESTRELLA
Por otra parte, lo más útil que el humanismo le ha dado al clero y a la
raza en los últimos doscientos años es el reforzamiento de la propia humanidad
como un argumento de incapacidad, que la doctrina católica traduce en perdón,
humildad y compasión, pilares de esa religión.
Así el Papa dimite de ser Papa, hijo inexorable de nuestro tiempo, con
un argumento de incapacidad, que no deja claro si es física o espiritual,
aunque la ciencia refutará que son lo mismo. De cualquier modo la claridad del
mensaje pasa a segundo término: el sujeto, la dimisión y el complemento casi
socialmente injustificable están en la frase.
La claridad que sí está, reside en que (el subtexto dice), tiene una
incapacidad mediática que de ninguna manera sería reprochable, en un mundo
donde la oligofrenia, hija natural de la ignorancia, exige que ser jefe de
Estado es además ser súper estrella. En el caso del Papa, además representante
de un Dios. No sería reprochable, de no ser por que dicha ignorancia tiene la
mayoría de sus cimientos en siglos de represión católica, y que le sobreviven
incluso en religiones posteriores y contagiando en ocasiones a las vecinas. Se
diría que la oligofrenia es la adoración milenaria, en versión comida rápida.
QUE NO
Del mismo modo en el que si Estados Unidos desapareciera como Estado
hoy, el mundo seguiría consumiendo Coca-Cola durante décadas; si hoy
desapareciera el Estado Vaticano, existirían católicos por otros siglos más,
cuando poco.
De este pensamiento predico que, contrario a lo que ansiosos dirán, no
creo que la abdicación de Benedicto sea “una estocada de muerte” al
catolicismo, y tampoco al Vaticano.
Quizá vuelvan a la mesa de discusión de la curia los tópicos que el
progresismo reclama, como el sacerdocio femenino y el matrimonio presbiteral (propuesto
como antídoto a la paidofilia), pero el sistema católico es bien robusto,
dimensiones que le han permitido su secularidad, pero igualmente su tamaño y
maraña protocolaria impiden lo que han impedido estos mismos siglos.
Así las cosas, aunque el catolicismo responde a los problemas de la
modernidad, su tiempo de respuesta ha sido históricamente lento, y los cambios
exigidos, si se dan, no los veremos en las siguientes cinco décadas, siendo
optimistas en tanto al lapso.
NADA
Me es complicado imaginar lo que siente un creyente con la noticia,
imagino que habrá desmoralización, incertidumbre.
Lo cierto es que los letrados entre ellos sabrán lo que aquí pongo, que
se puede resumir en que no pasa nada, o pasa poco. Mientras los más obtusos
perderán los miedos en el júbilo que habrá en ellos antes de Pascua, cuando se
nombre un nuevo Papa, y entonces de igual forma, aquí no habrá pasado nada.